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La ingeniería en el rescate del Mural de Siqueiros

Los ingenieros civiles Jorge Fontán Balestra y Tomás A. del Carril destacan, en la sección Contextos de Revista CPIC Nº 459, las tareas de rescate de la obra “Ejercicio Plástico” de David Alfaro Siqueiros, promoviendo las positivas acciones propuestas por la ingeniería civil para el buen estado de conservación de esta importante obra de arte.

El mural “Ejercicio Plástico” fue realizado en 1933 por David Alfaro Siqueiros con la colaboración de los jóvenes artistas argentinos Lino Enea Spilimbergo, Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino y el escenógrafo uruguayo Enrique Lázaro. La extracción desde su ubicación original fue realizada con el objeto de evitar su destrucción y convertirla en una obra itinerante. Esto implicó complejas y delicadas obras de ingeniería.

Las estructuras resistentes que dan soporte a la superficie pintada fueron diseñadas para soportar operaciones de desmontaje y transporte, e incluso acciones sísmicas, ya que en su carácter de itinerante podría llegar a ser montada en cualquier lugar del mundo para su exhibición.

Para permitir su traslado, debía colocarse la obra en contenedores estándar con cubierta removible para cerrarlos durante los traslados. Esto impuso una serie de condiciones importantes para el desarrollo de la ingeniería, que debieron resolverse con anticipación.

Las dimensiones máximas de cada una de las partes quedaban limitadas a la posibilidad de su embalaje dentro de un contenedor, incluyendo la estructura resistente a agregar, los puntos de suspensión y apoyo en las posiciones adecuadas, y los elementos de fijación de las piezas a los contenedores.

Lo deseable era dividir la obra de arte en la menor cantidad posible de piezas a fin de afectar un mínimo su integridad. Los cortes, además de responder a formas geométricas sencillas, no debían afectar partes vitales de las figuras tales como rostros, manos, ojos, etc.

De esta manera, el mural se seccionó en seis partes: cuatro piezas de 6,60 m de largo y un ancho máximo de 2,70 m que configuraban la bóveda y los laterales, y los dos frontones planos, de 5,40 m ancho y 3.00 m de altura. Todas fueron ubicadas en 4 contenedores.

Hoy, una visita a la obra instalada denota claramente que, en los años transcurridos desde su nuevo montaje, el proceso destructivo de corrosión interna de las estructuras de hierro ha continuado su inexorable avance. Es posible ver el agrietamiento progresivo y los importantes desprendimientos de fragmentos de revoque con pintura.

Lo que advirtieron los ingenieros proyectistas en el año 2002 es hoy una realidad: la pintura se continúa deteriorando. Su estado y sus posibilidades de conservación dependen principalmente de las acciones aplicadas para evitar el deterioro por corrosión de las estructuras metálicas, particularmente del bastidor que no permanece a la vista.

Adicionalmente, las condiciones ambientales actuales son sumamente inconvenientes para una obra de arte. La humedad variable del Museo Casa Rosada –cuyo intenso olor se percibe al ingresar al recinto– está contribuyendo a la aceleración del proceso corrosivo del bastidor interior. La reversión o eliminación de este proceso, que no se ha contemplado durante la última restauración y montaje, es fundamental para evitar el proceso de deterioro de la pintura. 

El recinto vidriado que alberga y protege actualmente la obra, a modo de aislación, es insuficiente para evitar una creciente degradación, pues no se verifica en su interior dispositivos que controlen la humedad y la temperatura.

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