Compartimos las reflexiones del abogado e ingeniero Santiago Gallo Llorente, autor del libro “Ser profesional”, editado por el Consejo Profesional de Ingeniería Civil (CPIC).
Mi mamá, cuando era muy pequeño, me cantaba la canción de cuna de Brahms, o tal vez, dependiendo del día y de su estado de ánimo, susurraba “Luna, Lunera, Cascabelera”. El sueño se conciliaba entonces en medio de sus cariñosas melodías.
Ya con algunos años más a cuesta, mi madre prefería rezar conmigo una plegaria antes del descanso. Quizás, simplemente, para inculcarme su fe. Un tramo de la oración repetida a dúo sentenciaba: “Dios nuestro, líbranos del cáncer”. Transcurría el año 1955, con el telón de fondo del inicio de la guerra de Vietnam.
El Dr. Craig Venter, un experto biólogo, tras regresar de ese infierno vietnamita a los Estados Unidos, fundó la compañía Celera Genomics. La misma, en el año 2000, presentó el modelo del Genoma Humano sobre la base del ADN, ácido desoxirribonucleico, simultáneamente con Francis Collins, a cargo del Consorcio Nacional para el Instituto de Investigación del Genoma Humano. Ambos, habían arribado a un idéntico resultado.
Más acá en el tiempo, el 17 de diciembre de 2019, irrumpe en escena el virus del COVID-19, al ser detectado en la ciudad de Wuhan, en la República Popular China. Ese dañino mal recalaría en la Argentina, con toda su furia, hacia el mes de marzo del año 2020. Ante el inesperado fenómeno, las personas exclamaban: “Nada bueno puede aparejar esta pandemia mundial”.
Sin embargo, curiosamente, los desarrollos en el campo del ARn mensajero, ácido ribonucleico, analizado en diversos laboratorios del mundo, comenzaron a crear medicamentos sobre la base de compuestos los cuales “le enseñaban” a las células sanas a detectar a aquellas enfermas, para así activar mecanismos de autodefensa.
Curiosamente, los mencionados mecanismos aplicados para la cura del COVID-19 comenzaron a disponerse, exitosamente, en diversas terapias contra distintos tipos de cáncer. La fe del mismísimo Francis Collins hablaba de la existencia del Creador en sus modelos de genomas y terapias génicas.
En apenas una generación, la nuestra, se han logrado enormes descubrimientos y avances en la cura de esa terrible enfermedad, la cual, hasta hace muy pocos años, conformaba un absoluto tabú, casi innombrable.
Sólo le confiábamos a Dios su amorosa y misteriosa capacidad de protección.
A la Inteligencia Artificial (IA), recientemente, le preguntaron quiénes eran las mentes más brillantes de la historia de la humanidad. La repuesta alcanzó a Albert Einstein, en primer lugar, seguido de Isaac Newton. Luego, la IA listó a Leonardo Da Vinci, Nicolás Tesla, Goethe y María Curie.
No obstante, en la actualidad, los genios anónimos, científicos de diversas naciones, credos y razas, intercambian y perfeccionan sus conocimientos de modo casi instantáneo, potenciando el desarrollo de la humanidad en todos los campos. Ese accionar ha extendido la existencia del hombre y la mujer, tanto en términos de calidad de vida como de cantidad de años.
Tal vez hoy las oraciones junto a mi madre cobrarían otro sentido. Seguramente, exclamaríamos a la par: “Señor, toca la mente y el corazón de los investigadores para que nos liberen de los males del cuerpo”.
Quedará en todas y todos nosotros, con sonrisas, abrazos, afectos y comprensión, curar los males del alma.
Ahora sí: ¡Hasta mañana!
El libro puede consultarse en https://cpic.org.ar/ser-profesional-reflexiones-para-pensar-y-sentir-la-vida/
Contacto del autor: gallollorentese@gmail.com