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Ingeniería y arte se encuentran: el legado del Viaducto de Millau

A dos décadas de su inauguración, el Viaducto de Millau sigue deslumbrando al mundo como una obra que conjuga excelencia técnica, audacia ingenieril y sensibilidad paisajística. Fruto del talento del ingeniero Michel Virlogeux y del arquitecto Norman Foster, este puente atirantado ubicado en el sur de Francia es mucho más que una solución vial: es un ícono de integración territorial y orgullo colectivo, el cual continúa desafiando al tiempo con su elegancia estructural y eficiencia operativa.

Ubicado en el corazón de los Grands Causses, el Viaducto de Millau se impone como una verdadera proeza de la ingeniería civil contemporánea. Diseñado por el ingeniero francés Michel Virlogeux y el arquitecto británico Norman Foster, esta obra desafía tanto a la gravedad como a las convenciones, ofreciendo una síntesis impecable entre la eficiencia estructural y la belleza del paisaje. Desde su inauguración en diciembre de 2004, se ha convertido no solo en una infraestructura clave de la autopista A75 que conecta Clermont-Ferrand con Béziers, sino también en un emblema cultural y técnico de Francia.

El proyecto, cuya planificación demandó 14 años desde sus primeras discusiones en 1987, se ejecutó en un tiempo récord de apenas tres años. La decisión de adoptar una solución multi-atirantada combinando acero y hormigón permitió aligerar la estructura, reducir su grosor y optimizar el número de cables, logrando una plataforma que literalmente parece flotar sobre el valle del Tarn. Esta solución fue seleccionada luego de un llamado a licitación del Estado francés en 1996, siendo Eiffage la empresa adjudicataria en 2001.

El proceso constructivo fue meticuloso y ejemplar en su organización. Las fundaciones de cada uno de los siete pilares, de entre 77 y 245 metros de altura, se realizaron sobre zapatas de hasta 6 metros de espesor, apoyadas sobre pozos de 18 metros de profundidad. El uso de hormigón de alto rendimiento, encofrados autotrepantes y sistemas de control con láser y GPS, entre otros recursos de vanguardia, permitió alcanzar un ritmo de avance de cuatro metros cada tres días. Uno de los hitos más notables fue la culminación del pilar P2, el más alto del mundo, terminado en diciembre de 2003.

La plataforma del viaducto se construyó en dos tramos independientes, norte y sur, que fueron lanzados al vacío mediante 64 trasladores de tableros a una velocidad promedio de 9 metros por hora, logrando su unión final el 28 de mayo de 2004 a más de 270 metros sobre el nivel del Tarn. Posteriormente, se instalaron los mástiles de acero, cada uno de 700 toneladas, y se completó el sistema de atirantamiento compuesto por once pares de cables por mástil, aplicados con técnicas específicas de tensión secuencial.

Más allá del desempeño estructural, la obra se encuentra equipada con numerosos sensores —anemómetros, acelerómetros, inclinómetros— encargados de transmitir datos en tiempo real para garantizar su seguridad y operatividad. La Compagnie Eiffage du Viaduc de Millau se encarga desde su apertura del mantenimiento integral, velando por óptimas condiciones de circulación y conservación.

Pero el legado del Viaducto de Millau no se agota en lo técnico. Su presencia ha reconfigurado la identidad del territorio, convirtiéndose en un atractivo turístico en sí mismo. Desde las visitas guiadas hasta la estación “Aire du Viaduc de Millau” y el centro interpretativo “Le Viaduc Expo”, la obra ha sido incorporada con orgullo por la comunidad local como un símbolo de modernidad en armonía con la naturaleza.

Veinte años después de su apertura al tráfico, el viaducto sigue despertando admiración a nivel mundial, sin perder su magnificencia ni su icónica estatura. Es el ejemplo perfecto de cómo la ingeniería civil, cuando dialoga con la arquitectura y el entorno, puede trascender su función para convertirse en una obra de arte. 

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Fuente:
https://www.leviaducdemillau.com/accueil-viaduc-de-millau.html